El Amor es la fuerza más poderosa y transformadora que guía nuestra vida.
Sin embargo, cuando hablamos de amor hacia nosotros mismos, es importante diferenciar entre dos conceptos que a menudo se confunden: el amor propio y el amor por uno mismo.
Desde una perspectiva espiritual y metafísica, estos dos tipos de amor nos invitan a una exploración más profunda de quiénes somos y de nuestro propósito en el universo. Aunque pueden parecer similares en la superficie, en realidad son expresiones distintas del ser, y entender esa diferencia es clave para nuestro crecimiento espiritual.
El amor propio es una afirmación del ego, una necesidad natural de cuidar de nuestra propia identidad en el mundo material.
Se trata de la capacidad de reconocernos como seres valiosos y dignos de respeto, un reflejo de la autoestima y de la importancia de poner límites sanos para protegernos de influencias negativas.
Desde un punto de vista psicológico, el amor propio nos ayuda a crear una imagen saludable de nosotros mismos, que nos permite funcionar en la sociedad y en nuestras relaciones.
Sin embargo, en el plano espiritual, el amor propio puede estar limitado por el ego y la identificación con el cuerpo, la personalidad y las posesiones. Es decir, el amor propio se centra en el “yo” como entidad separada, diferente de los demás. Es un tipo de amor que busca validación externa y que a veces puede llevar a la soberbia y al egocentrismo si no se equilibra adecuadamente. Esta forma de amor, aunque necesaria en parte, está anclada en la dualidad: yo frente al prójimo, yo frente al mundo. Es el reconocimiento del yo individual, pero en ocasiones puede crear una ilusión de separación con el todo.
El amor por uno mismo, por otro lado, va mucho más allá del ego y de la identidad personal. Es un acto de profundo reconocimiento de nuestra naturaleza espiritual y nuestra conexión con el universo. No se trata solo de valorarnos en el plano físico o mental, sino de entendernos como manifestaciones de la conciencia universal, como expresiones únicas pero intrínsecamente conectadas con todo lo que existe.
Desde una perspectiva metafísica, el amor por uno mismo implica la aceptación de que somos seres divinos que encarnan una chispa del todo. Este amor no requiere validación externa, ya que se basa en el entendimiento de que nuestra esencia es eterna, perfecta y completa tal como es. Es un amor incondicional que no fluctúa según las circunstancias, porque no depende de logros, posesiones ni de la aprobación de los demás.
Mientras que el amor propio puede ser visto como una afirmación del yo individual, el amor por uno mismo es una afirmación de nuestra conexión con lo divino. Es la realización de que somos una parte del todo, y al amarnos a nosotros mismos, en realidad estamos amando y honrando la totalidad del universo. Este amor no crea separación, sino unión, y trasciende el ego para abrazar el amor por todos los seres.
Es importante destacar que el amor propio y el amor por uno mismo no son mutuamente excluyentes, sino que pueden coexistir en un equilibrio armonioso.
Mientras estamos encarnados en este plano material, necesitamos cultivar un amor propio saludable que nos permita cuidar de nuestro bienestar físico, emocional y mental. Sin embargo, al mismo tiempo, podemos nutrir un amor por uno mismo que trascienda las limitaciones del ego y nos conecte con nuestra verdadera esencia espiritual.
Cuando estos dos tipos de amor se alinean, creamos una base sólida para nuestro crecimiento interior. El amor propio nos proporciona la estructura y los límites necesarios para navegar por el mundo con seguridad y confianza, mientras que el amor por uno mismo nos recuerda que somos más que nuestras experiencias terrenales, más que nuestras posesiones y logros. Es en este equilibrio donde encontramos paz interior, porque dejamos de identificarnos exclusivamente con el “yo” y empezamos a vernos como una parte integral del flujo universal de la vida.
El viaje hacia el amor por uno mismo es un viaje hacia la unidad con lo divino. Todas las enseñanzas espirituales, de una forma u otra, nos invitan a recordar nuestra verdadera naturaleza: somos seres infinitos experimentando una realidad carnal finita. El amor por uno mismo es un retorno a esta verdad, un reconocimiento de nuestra divinidad interior y de la divinidad en todo lo que nos rodea.
El amor propio, aunque valioso, es solo un paso en este camino. Nos ayuda a proteger nuestra individualidad y a construir una base sólida en el mundo material, pero el amor por uno mismo nos lleva más allá de estas limitaciones. Nos invita a recordar que somos uno con la Fuente, que nuestras vidas tienen un propósito más allá de lo material, y que nuestra verdadera esencia es el amor incondicional.
Para desarrollar el amor por uno mismo, es necesario cultivar la presencia y la consciencia. A través de prácticas como la meditación, el mindfulness y la reflexión profunda, podemos empezar a desidentificarnos del ego y conectar con nuestro ser más profundo. La clave está en silenciar las voces externas y los condicionamientos que nos han enseñado a medir nuestro valor en función de factores externos.
El amor por uno mismo es un acto de aceptación radical. Es decirnos a nosotros mismos que somos suficientes tal y como somos, no porque nos lo hayamos “ganado” a través de nuestras acciones, sino simplemente porque existimos. Esta aceptación nos libera de la necesidad de buscar aprobación fuera de nosotros y nos permite alinearnos con nuestra esencia divina.
La distinción entre amor propio y amor por uno mismo nos lleva a reflexionar sobre los papeles del ego y del espíritu en nuestra vida diaria.
El amor propio bien entendido nos ayuda a vivir de manera sana y equilibrada en el mundo material, mientras que el amor por uno mismo nos recuerda que somos seres divinos con un propósito mayor. Ambos tipos de amor son necesarios para nuestro bienestar, pero es el amor por uno mismo el que nos conecta con la verdad más profunda de nuestra existencia: somos manifestaciones del Amor Universal, y al amarnos a nosotros mismos, por ende, estamos amándolo Todo.
Al acoger esta verdad, nos liberamos de las ilusiones de separación y entramos en un estado de Unidad, donde el amor no es solo una emoción, sino la fuerza fundamental que sustenta la existencia misma.
Interesante aclaración ...nunca había tenido en cuenta